A 489 años de su fundación, ¿Qué escucha la urbe de los 43 distritos?
En la última novela del nobel Mario Vargas Llosa, Le dedico mi silencio, el protagonista, “Toño Azpilcueta”, es un periodista especializado en música criolla. Vive en un Perú de fines de los ochenta y sostiene a rajatabla que el vals peruano unificará al país; “esa música que, por encima de los prejuicios y anatemas, uniría a los peruanos”. Extrapolamos la idea a una pregunta, ¿Qué une musicalmente a los limeños del siglo XXI, tiempos del reggaeton monocorde, del cover de salsa, del reinado de la cumbia norteña, que se escuchan en mercados, buses, hospitales y fábricas?
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Tiempo de valse
“La música criolla fue la música nacional hasta, más o menos, el gobierno de [el general Juan] Velasco. Pero los procesos de música nacional cambian, y en los ochenta cambia, sobre todo, con la masificación de la chicha. Si bien ya existía la cumbia limeña, con las historias de migración se agudizan y se crea un nuevo sentido en la ciudad”, opina Alfredo Villar, DJ, curador de arte y autor del libro Yawar Chicha.
Si bien los personajes de la nueva Lima siguen sufriendo con los flechazos erráticos de Cupido, Villar recuerda que las historias que tenían como epicentro los callejones de los valses, pierden su sentido porque el migrante busca su espacio en la ciudad y también algo nuevo en el cancionero.
“Cambia radicalmente la forma en que los peruanos perciben la ciudad. Y en el 2007, con la muerte en un accidente de los integrantes del grupo Néctar y el presidente de esa época yendo a la plaza de Acho para rendirles honores a los fallecidos, es el momento en el cual la cumbia peruana se oficializa como música nacional, como la música que más une a los peruanos de las diversas ciudades y, obviamente, en Lima”.
Por su parte, el musicólogo Marino Martínez Espinoza recuerda que el momento de auge del vals, o valse, “se expresó en la variedad y calidad de sus compositores; en la gran difusión del género en los medios masivos; la cantidad de oyentes y seguidores del género. Hoy es evidente que se vive un poco la resaca del género, que coincide, lamentablemente, con la desaparición de sus cultores, estilos en el canto y de música”. Ya no vivimos la explosión de músicos e intérpretes de la música criolla; y los jóvenes cultores, opina Martínez, tienen “una excesiva admiración” por ciertas figuras “que impide el desarrollo de un estilo propio”.
Martínez asocia la gran época del valse a la Guardia Vieja, época de la difusión de la radiodifusión, con importantes ventas de discos, conjuntos estables de músicos criollos en las radios y la presencia de este género musical en los rankings que publicaban los periódicos y revistas.
Pero este posicionamiento de la música criolla como símbolos de la nacionalidad peruana, explica, está asociado al manejo y apoyo que hicieron de este determinados gobiernos, como Leguía, Manuel A. Odría o Velasco Alvarado.
¡Rock y qué!
Los nuevos géneros masivos se dieron cuenta de que el vecino de Lima quería que la música esté a tono con las transformaciones culturales y sociales de la ciudad en su laberinto.
Para Alfredo Villar, las bandas limeñas de rock de los ochenta –sobre todo las subterráneas y algunas comerciales– son de las más interesantes: su cancionero es muy crítico, refleja el contexto adverso con Sendero Luminoso sembrando violencia, la crisis económica-social y la llegada de nuevas formas de consumo. Desde el punto de vista musical, hay trabajos de fusión o versiones del folclor o lo tropical.
Hoy, el papel de aquel rock de crítica social lo ha tomado el hip hop, comenta Villar. “Es un subgénero interesante, y muchos chicos de Lima lo practican, aunque no ha tenido una explosión tan fuerte como en Argentina, Chile o Brasil”. Y en el caso de la cumbia, solo la “chicha canera”, heredera de la cultura chacalonera, dedica estrofas a la marginalidad. El resto de la cumbia no sale de su cuadrante comercial.
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Guetos musicales
Mariano Martínez, integrante de la Asociación Peruana de Musicología (Aspemus), afirma que la Lima del siglo XXI está compuesta por “una serie de guetos que consumen determinado tipo música para diferenciarse”.
“La limeña es una sociedad profundamente fragmentada, y esas grandes desigualdades sociales se expresan también en el repertorio que se escucha. Recordemos el fallecimiento de Pedro Suárez-Vértiz: su figura ha mostrado esta fragmentación. Un sector señala que ha muerto un referente trascendental del rock peruano, mientras que otro sector no lo reconoce ni como roquero y critica su posición política. Lo que nos muestra que la música no es solo sonidos y estética, sino también lo que simboliza en ideas. Algunos sectores esperan que el artista también tenga una posición favorable, por ejemplo, a los derechos humanos, que ayude a desestigmatizar a la mujer como objeto sexual, en fin”.
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Potente folclor
Alfredo Villar sostiene que el rol del valse hoy es “una especie de memoria histórica”. Distinto a lo que pasa con el folclor, sobre todo el andino, que, con sus diversos subgéneros, es lo que más se consume en Lima, más que la cumbia, asegura. Si bien no figura en las radios de las grandes cadenas, es muy difundido en las radioemisoras piratas, de los alrededores de la ciudad. Muchos jóvenes están experimentando con el folclor y lo siguen cambiando.
Marino Martínez, por su parte, recuerda que el sello de la cultura andina es la resistencia. “Creo que esta adaptabilidad tiene que ver con recursos vinculados con la sobrevivencia y con una sabia poderosa que ha sido capaz de resistir momentos de mucha violencia social y sigue viva”.
“El vals se quedó en la guitarra de palo, mientras el folclor ha agregado batería electrónica, bajo, timbales, se transformó totalmente y lo sigue haciendo. Es un género muy vital. No está mal, los géneros tienen un auge y una decadencia, y luego quedan como memoria histórica, que sigue siendo hermosa. Eso hace inolvidable al vals, que queda como un tesoro. Nunca nos olvidaremos de las grandes canciones”, augura Alfredo Villar.
Para Martínez, una Lima moderna debe de sintonizar con la diversidad, y debe escuchar diversas músicas, lo cual debería de reflejarse en lo que presentan las estaciones radiales licenciadas, sobre todo en los medios del Estado, como TV Perú y Radio Nacional.
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Salserísimos
Otro elemento que se considera define el gusto musical limeño y costeño es la salsa, relacionado con la existencia de barrios de población afro como en el Callao o La Victoria. Las orquestas limeñas y chalacas todavía están muy pendientes de las versiones y a nivel internacional, salvo excepciones, como Alfredito Linares o Melcochita, en su momento, su reconocimiento es limitado. Para Alfredo Villar, los grupos de la cumbia norteña han tomado muchos elementos de las orquestas salseras para su propio sonido. En el sonido peruano de la salsa se ha asimilado de los grupos cubanos, lo que ha dado otros colores a la salsa perucha.
¿Fusión venezolana?
Otro gueto musical que aún no se integra al resto de la ciudad es la de los migrantes venezolanos. Sus jóvenes están más ligados al reggaeton y la música caribeña más comercial. Para Villar es muy prematuro para hablar de un proceso de hibridez entre música peruana y venezolana. Martínez resalta la música llanera, de origen campesino y muy sentida. “Muchas de las cosas más entrañables de nuestra música tienen una partida de nacimiento o influencias de culturas muy lejanas. Probablemente, la música nos ayude a derribar los prejuicios y recordarnos nuestra diversidad que nos enriquece”.